miércoles, 17 de septiembre de 2014

Melina y el periodismo sin rumbo


Una vez más y ante el desenlace trágico de un/a adolescente, algunos Medios de Comunicación (como la vergonzosa crónica de CLARIN) vuelven a cometer graves irresponsabilidades a la hora de hacer noticia un suceso que involucra a niñas, niños y adolescentes.


El tratamiento mediático del "caso Melina", pone de manifiesto el arduo trabajo que queda aún por desarrollar en el ámbito de los profesionales de la Comunicación; de igual manera es necesario señalar la ignorancia demostrada y la bajeza moral de ciertos medios y/o profesionales propensos a la estigmatización de la víctima.


Al respecto comparto dos textos de Profesionales de la Comunicación responsables y sensibles con la protección de Derechos y con perspectiva de Género. Demostración de que otro periodismo y forma de comunicar es posible.


El primer texto es de Maximiliano F. Montenegro; Periodista de Diario Popular e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina (RIPVGA). 

Su comentario publicado originalmente en su Muro de Facebook fue "censurado" por dicha empresa, quien le notificó que levantaba el post a través de un cartelón con unas 100 razones. 

Acá lo reproducimos para evitar futuras "eliminaciones" de estas reflexiones.


"La vida de Melina y el periodismo sin rumbo"

Por Maximiliano F. Montenegro (Publicado ahora en el Blog "Cosecha Roja")

Uno: “Era muy trolita la pendeja”. La lluvia acompaña el viaje del 91, colectivo que inicia su despegue en Isidro Casanova y aterriza en Constitución. Domingo, ya pasado el mediodía, y dos tipos sentados tienen tiempo de sobra para charlar en modo “sui generis”. En la agenda, de pronto, aparece la desaparición de Melina Romero, la piba de 17 años de Palomar que el 23 de agosto fue a festejar su cumpleaños a un boliche de San Martín y es buscada desde el viernes pasado en los fondos de un río en Morón, donde todo parece indicar que su cadáver fue arrojado tras morir a golpes. El repaso del caso por los pasajeros es breve: uno de los pibes se quebró y contó todo; la cana encontró una pulserita; estaba muy buena; andaba con medio mundo; se ve que estaba descontrolada; era muy trolita la pendeja.

Dos: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo”. Así arranca un artículo/perfil de la chica que fue titulado en el diario Clarín del sábado como “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. El texto continúa con muchísimos datos de la presunta vida privada de la adolescente, haciendo eje en que “nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué anda”; “tiene amigos mayores”, entre otros, algunos aportados por familiares directos.

Tres: Desde el viernes, cuando el caso trascendió luego de 20 días y la búsqueda policial se tornó “seria”, los adjetivos calificativos sobre Melina fueron apareciendo y replicándose en las voces anónimas al compás de un abordaje periodístico (televisivo, radial y gráfico) que direccionó su interés en la conducta, la moral y los valores de la víctima. Todo eso, que andaba flotando aquí y allá, confluyó en la nota citada, donde alguien nos dice de manera contundente que “la vida de Melina no tiene rumbo”. Sin dudas, ni matices.

Cuatro: Entonces, como directa derivación, llega la palabra “trolita”. Se suma al rato “putita”. Y no se quiere quedar afuera “buscona”. En boca de uno, dos, tres, cientos, miles, de individuos que las vomitan con absoluta seguridad. Varones, mujeres. Todos atravesados, hechos, armados, construidos, pensados y diagramados desde el machismo. Puro, duro, y tan naturalizado, que sólo aguardaba la invitación cordial de la prensa para emerger y mostrar, una vez más, su prepotencia, virilidad y fortaleza.

Cinco: La prensa somos todos los que hacemos periodismo. Acá optamos por escribir, hablar, decir, sin careta alguna. Y hacemos, la mayoría, periodismo con salarios horribles, bajo condiciones penosas, seguramente con escaso margen para plantar ideas y conceptos que pretendan contribuir a tener una sociedad más tolerante, y por qué no igualitaria. Pero los resquicios para hacerlo están ahí, aun cuando el negocio pida alinear los mensajes (nuestros mensajes) con esos paradigmas que vienen de siglos.

Seis: A Melina, contó uno de los pibes detenidos, le propusieron tener sexo grupal. Ella no aceptó. Y dijo que no. Al decir que no, tuvo que enfrentarse solita al peor rostro del varón criado y enseñado para imponerse sobre la mujer. A ese que, cuando una mina le dice no, le tiemblan sus cimientos. Tiene miedo. No puede aceptar ese no. Menos cuando cerca hay otros como él, mirando, estudiando, midiendo y hasta calificando. Sí, la hombría puesta en juego. El no que arremete una vez. El no que sale nuevamente de las tripas de Melina, acorralada. El no valiente, a pesar de la indefensión. El no en nombre de otras como ella. No, no y no. Y el terror ante la trolita, la putita, la buscona, que nos dice no. Que se planta, ahí, entre machazos. Nada de fragilidad, mierda. ¿Cómo que no? No existe el no, ni para mí, ni para nosotros. Para vos no hay no. Para vos no hay posibilidad de no. Para vos hay un golpe, un insulto, otro golpe, y otro y otro y otro. ¿Entendés, puta? Vos decís no, y chau, morís. No podés estar, vivir, crecer, si nos decís que no. Se acabó.

Siete: Melina, la que usaba piercings. La que no trabajaba. La que había dejado la secundaria. La que tenía amigos de su edad, pero también mayores. La que dormía hasta el mediodía. La que era fanática de los boliches. La que tenía cinco perfiles en Facebook. La que nunca decía en qué andaba. La que, según nos contaron, no tenía rumbo. La que, sin tipearlo o verbalizarlo, rotularon como una putita que se buscó lo que le pasó. Pero a la que masacraron a golpes sencillamente por ser mujer y decir que no.



El otro texto es de Mariana Carbajal, publicado en la Edición de Página/12 del 17/09/2014:

"Adolescentes descartables"

Por Mariana Carbajal
Una mañana de un 10 de septiembre, pero de hace 24 años, operarios de Vialidad encontraban el cuerpo mutilado de María Soledad Morales, en una zona conocida como Parque Daza, a siete kilómetros de la capital catamarqueña, sobre la ruta 38. Había sido salvajemente violada, le habían arrancado el cuero cabelludo, quemado con cigarrillos, cortado las orejas, vaciado un ojo, roto la quijada a golpes, desfigurado la cara y aplastado el cráneo. Se supo más tarde que murió de un paro cardíaco por una dosis letal de cocaína en una “fiesta” en la que participaron “hijos del poder”. Fue reconocida por su padre por una pequeña cicatriz en una de sus muñecas. María Soledad Morales estaba a punto de cumplir 18 años. Casi la misma edad que Melina Romero. El cuerpo de la adolescente de El Palomar se sigue buscando. Se presume que fue arrojado no a un baldío sino a un arroyo en una bolsa.

También en una bolsa de residuos llegó el cadáver de Angeles Rawson a la planta de José León Suárez de la Ceamse el año pasado, por cuyo femicidio irá a juicio como único imputado el encargado del edificio en el que vivía la adolescente.

María Soledad Morales, las turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier, Angeles Rawson, Melina Romero... A la lista se podrían agregar otros nombres, muchos, demasiados, que tal vez resonaron menos en la prensa, de jovencitas cuyas vidas en las últimas décadas corrieron el mismo destino. Adolescentes usadas como objetos sexuales y luego descartadas como basura. Víctimas de femicidios, asesinadas en contextos de violencia de género. Para algunos varones hay mujeres que están a disposición de sus deseos, que nacieron y crecieron para ser consumidas –por ellos–, aunque ellas no quieran, aunque griten “no”, porque esa palabra, la de ellas –para ellos– no tiene ningún valor. Son chicas descartables. La violencia femicida se ensaña aún más con ellas. Como dice la antropóloga Rita Segato, ya no alcanza con el ataque sexual, también hay que torturar, mutilar y destruir sus cuerpos. Consumidas y descartadas. Como basura.

Desde algunos medios, en lugar de contribuir a desarmar ese imaginario de mujeres desechables, arraigado en una cultura patriarcal, suman sus esfuerzos para instalar la idea de que las víctimas finalmente serían culpables de las propias violencias que sufren; ese sentido común que pretendió imponer la última dictadura militar: “por algo será”. Como hizo el diario Clarín, en su edición del último sábado, en una nota sobre Melina Romero. Desde el título, el artículo ubicaba a la adolescente desaparecida el 23 de agosto en el lugar del descarte: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. Y lo reafirmaba desde la primera línea del texto ¿periodístico? “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo.” Mientras los buzos de Prefectura seguían buscando su cuerpo, el diario husmeaba en su intimidad –como si esa información aportara algún dato relevante al caso– y decía además que la adolescente “dejó de estudiar hace dos años y desde entonces nunca trabajó”; que tiene amigos de su edad, pero también “más grandes”; que en “su casa nadie controló jamás sus horarios”; que hasta su desaparición “se levantaba al mediodía y luego se juntaba con sus amigos en la plaza de Martín Coronado”; que se hizo cuatro piercing; que “le gustan mucho las redes sociales y tiene cinco perfiles de Facebook”. La construcción del perfil que hizo el diario instaló la idea de “la chica fácil”, “la trolita”, y favoreció así otro imaginario machista: que hay mujeres que nacieron para putas, que son el descarte de la sociedad, que se usan –se matan si se niegan a ser usadas, como habría sucedido con Melina, según declaró una testigo en la causa judicial– y se tiran.

La nota no sólo viola la intimidad de la chica –como en su momento hizo el diario Muy, de la misma editorial, en su tapa al publicar fotos de cómo había sido encontrada Angeles Rawson en la Ceamse–, viola también distintas normativas. En primer lugar, la Convención Internacional sobre Derechos del Niño, incorporada a la Constitución Nacional, que establece “la prohibición de injerencias arbitrarias o ilegales en la vida privada de los niños y a la protección de la ley contra dichas injerencias”. Además, el artículo incurre en violencia de género. En su artículo 6º, la ley 26.485 de Ley de Protección Integral a las Mujeres, sancionada en 2009, define la violencia mediática contra las mujeres –una de las modalidades de la violencia de género– como “aquella publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, así como también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.

En ningún momento, la nota pone el foco en el problema de la violencia machista, de la que ya ese día se presumía había sido víctima Melina Romero, de acuerdo con los dichos de varios de los detenidos en la causa.
Las pautas de comportamiento que proyectan los medios de comunicación pueden contribuir a mantener y perpetuar las relaciones de desigualdad entre los hombres y las mujeres. La discriminación histórica de las mujeres en la sociedad es el caldo de cultivo que favorece la violencia de género y que habilita a que algunos hombres consideren a las mujeres como parte de sus propiedades, al punto de apropiarse de sus cuerpos y de sus vidas. Pero hay otros caminos. Los medios comprometidos con un enfoque de derechos pueden favorecer la construcción de otros significados en beneficio de lograr la igualdad de oportunidades entre mujeres y varones y promover una sociedad libre de violencia hacia las mujeres, donde las adolescentes no sean consideradas envases descartables, porque les guste ir a bailar, tener amigos, las redes sociales, hacerse algunos piercing o hayan abandonado el colegio.
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